RECONSTRUCCIÓ DEL TEXT DE LA LLEGENDA SEGONS RAMON PLANAS I MIQUEL


¿Quin és el relat primigeni de la llegenda de fra Garí i de la troballa de la Mare de Déu de Montserrat? Com que no existeix cap text que pugui considerarse la narració primitiva Ramon Miquel i Planas a partir dels diferents reculls existents sobre la llegenda de fra Garí proposà una versió integral del relat. El text que es reprodueix tot seguit fou publicat per aquest autor en la seva obra La leyenda de Fr. Juan Garín ermitaño de Montserrat (1940)[1] i els claudàtors d’alguns dels paràgrafs són d’aquest autor i senyalen els diferents episodis en que es pot desagregar la narració i permet comparar els diferents relats.

L’erudit Ramon Miquel i Plana resumí les diferents versions disponibles de la llegenda i disgregà el seu contingut en els següents episodis[2]:

  1. Presentació de la vida exemplar de l’ermità Joan Garí.
  2. Temptacions infructuoses del Diable per fer pecar a Joan Garí.
  3. Nova estratègia del Diable per fer-lo caure en pecat.
  4. La filla del comte queda posseïda pel dimoni.
  5. La donzella es duta a la cova on vivia fra Garí on els dos conviuen un temps.
  6. Fra Garí cau en la temptació del domini, fornica i mata a la donzella.
  7. El domini se’n burla de fra Garí.
  8. Garí descobreix l’engany del dimoni. El comte busca infructuosament la seva filla. Garí menteix.
  9. Desesperació de Garí. Viatge a Roma per demanar perdó al Papa.
  10. Penitència de Garí.
  11. El comte torna a cercar la seva filla.
  12. Captura de fra Garí convertit en una bèstia salvatge.
  13. Trobada de la Mare de Déu de Montserrat.
  14. Traslació de la Mare de Déu i construcció d’una esglesiola.
  15. Festa en el palau comtal i perdó de fra Garí.
  16. Exhumació i resurrecció de la filla del comte.
  17. Fundació del Monestir de Montserrat. Primer monges i després monjos.

El nucli del relat de la llegenda proposada per Ramon Miquel i Planas el construí a partir del text del manuscrit trobat a la Catedral de Barcelona, però com que aquest text li manquen els primers paràgrafs els episodis 1,2 i 3 foren agafats del retaule del claustre dels Llangardaixos. Afegí l’episodi 8, la falsedat de fra Garí, per preservar l’estructura tripartita que semblava tenir el relat més primitiu d’aquesta llegenda, tal com es veurà més endavant. Els episodis 2 i 3 del text del retaule s’han ampliat lleugerament a partir del text del manuscrit de 1527 trobat en la Biblioteca Nacional de Catalunya.

El text proposat per Ramon Miquel i Planas com a relat de la llegenda de fra Garí i la troballa de la Mare de Déu de Montserrat és[3]

:

 [1] En tiempo del primer Conde de Barcelona don Wifredo, llamado el Velloso, o sea por los años de 880 después del nacimiento de nuestro Redentor Jesucristo, había un santo varón que se llamaba Juan Garín, al cual unos autores hacen catalán y otros valenciano, atribuyéndosele también noble origen de godos. Había escogido una cueva de la desierta y áspera montaña de Montserrat para retirarse y hacer en ella vida eremítica. Dedicado exclusivamente a la oración y a la contemplación, eran tales sus virtudes, que se le consideraba incapaz de haber cometido pecado grave alguno en toda su vida.

Cuéntese de este virtuoso ermitaño que tenía por costumbre ir a Roma, de tiempo en tiempo, para visitar las reliquias de los santos y ganar las indulgencias y perdones que varios Padres Santos han otorgado a cuantos hiciesen dicha visita, motivo por el cual solían hacerla en aquellos tiempos las personas de vida perfecta. Y de fray Garín se dice que cada vez que entraba en Roma las campanas tañían milagrosamente por sí mismas, en razón de su gran santidad, su mucha penitencia, sus buenas obras y su tan grande temor de Dios, a quien pedía a todas horas que le guardara especialmente de caer en pecado de lujuria, de cometer homicidio y de decir falsedad.

[2] Quiso en estas circunstancias el Diablo, movido de la envidia que le causaba la existencia apacible de aquel santo hombre, dedicado exclusivamente a Dios, tentarle por medio de sugestiones diabólicas que trabajaran su espíritu; pero fray Garín, gracias a la continua oración a que humildemente se entregaba, lograba destruir fácilmente aquellas ilusiones pecaminosas, como niebla que deshacen los rayos del sol. Viendo el Diablo la ineficacia de tales medias, decidió tomar forma humana, para revestirse a su vez con hábito de ermitaño y ponerse fingidamente a hacer vida eremítica y de mucha penitencia junto a una gran peña, situada en la vecindad de la cueva de Garín, a la otra parte de un barranco que separaba ambas viviendas.

No tardó el falso eremita en trabar conocimiento con fray Garín y en conseguir la confianza de este santo varón, al cual hacía objeto, como antes, de perversas imaginaciones, tentándole fuertemente de lujuria. Y cuando fray Garín se sentía así acometido y turbado por el pecado, lo que ocurría muchas veces, salvaba el barranco que le separaba de su vecino, con objeto de pedirle confortación y consuelo; lo cual alcanzó durante algún tiempo, gracias a los buenos consejos que el falso ermitaño le dio para lo mejor apoderarse de su voluntad.

Mas después las tentaciones fueron creciendo para fray Garín en  tal grado, que llegó una vez , como hombre fuera de sí , a proferir grandes imprecaciones en alta voz contra el tentador enemigo, diciendo: «Oh enemigo de Dios, porque combates tan reciamente a este siervo suyo? Vete ya de mi celda y no vuelvas más; déjame en paz, oh demonio, y no me turbes, porque de ninguna manera habrás de obtener vencimiento sobre mí.» Y marchose inmediatamente a visitar a su vecino el ermitaño en su celda, al cual se confesó en los siguientes términos: « Padre, con vergüenza vuelvo tantas veces a ti sobre una misma cosa; ruégate que me perdones y hagas oración por mí, porque las tentaciones me dan mayor guerra cada vez, y aun hoy me han traído casi a vencimiento, no permitiéndome reposar en mi celda, motivo por el cual vengo a la tuya.» El fingido ermitaño contestóle de este modo: «Ya sabes, fray Garín, que las tentaciones son enviadas por Dios a sus siervos con objeto de probarlos, pero no para vencerlos si ellos mismos no quisieren; así, pues, esfuérzate y toma ánimo, porque de ningún modo te coronaras victorioso si no perseveras hasta el fin.» Y así se volvió fray Garín consolado a su celda.


[ 3] Como viese el Demonio que no podía derrocar la virtud de aquel siervo de Dios, dirigióse a su principal jefe Lucifer y le dijo: «He trabajado ya de muchas maneras para tentar a aquel varón solitario llamado Juan Garín, y nunca , yo solo, le he podido vencer; mándame un compañero, para ver entre los dos la manera de que en breve tiempo podamos destruirle» Y, designado el compañero, convinieron ambos entre sí que el uno continuase en el desierto, en hábito de ermitaño, como solía; y que el otro entrase en el cuerpo de la hija del Conde de Barcelona, llamada Riquilda, y que, cuando le conjurasen para expulsarle, dijese que sólo podría salir de aquel cuerpo por virtud de las oraciones de un santo varón solitario, llamado fray Juan Garín, el cual hacía vida de gran penitencia en el desierto de Montserrat.

[4] Cuando aquel maligno espíritu se hubo posesionado de Riquilda, y el Conde y la Condesa conocieron que su hija estaba endemoniada, dispusieron que fuese conducida sucesivamente a todas las iglesias de la ciudad ya otros lugares sagrados, acompañada de muchos sacerdotes. Pero la doncella no hallaba descanso por modo alguno; y siempre que los sacerdotes la conjuraban el espíritu maligno respondía que no podría salir de aquel cuerpo sino por las oraciones del solitario penitente de Montserrat.


[5] Oída repetidas veces la respuesta que daba el espíritu malo, el Conde, en su gran deseo de ver remediada a su hija tan querida, determin6 enviarla a aquel santo siervo de Dios, el ermitaño fray Garín. Espantóse este, en el primer momento, al ver ante su cueva un tan lucido y numeroso tropel de gente; y después de haber hecho oración en compañía de todos ellos, los caballeros dijeron a fray Garín su objeto: « Padre, el Conde de Barcelona nos envía a ti con esta su hija Riquilda, que esta endemoniada, y te ruega en gran manera que la sanes, pues sabe que eres hombre de gran santidad y que tus oraciones son muy aceptas a Dios. » Entonces fray Garín, muy maravillado por semejante embajada, dijo: «Yo no soy más que un gran pecador, que aquí hago penitencia de mis pecados; no soy un santo, como vosotros creéis; volveos, pues, a vuestras casas, y buscad por otras partes a ese santo que decís, pues yo no soy, ni tampoco me atrevería a tomar a mi cargo la curación de esta doncella.» Y como los caballeros insistieran, importunándole mucho sobre lo mismo, añadió: «De ningún modo quisiera hacer lo que me estáis pidiendo, mas esperad aquel hasta que haya consultado a un padre ermitaño que tengo de vecino en este desierto y es hombre de muy gran penitencia; y, según lo que él me aconseje, yo os daré la respuesta.» Y, dicho esto, fuese fray Garín a su vecino el ermitaño, el cual respondió a su consulta diciendo: «Fray Garín, me parece que debes recibir a esa doncella y cuidar de ella tal como de ti el Conde confía; que para este fin estamos nosotros haciendo penitencia en el yermo, esto es, para expiación de los grandes pecados que hay en el mundo, y para sanar las enfermedades, espirituales sobre todo, como es la de que se trata.» Y así volvióse Garín a su cueva, y recibió a la doncella. Y púsose inmediatamente en oración. Mas cuando conjuraba al espíritu malo que en dicha doncella estaba, respondía el espíritu que no abandonaría aquel cuerpo si antes no se iban de aquel lugar todos los que con la enferma habían venido.

Habiendo respondido varias veces el espíritu de aquel mismo modo, los caballeros y las dueñas que habían acompañado a Riquilda deliberaron volverse a Barcelona, dejando allí a la enferma. Pero fray Garín se resistía a dejarles ir. Y a la insistencia de aquellos, movidos del deseo que todos tenían de ver sanada a la hija del Conde, de que se les permitiera partir, dejando la enferma confiada al santo ermitaño, les dijo este finalmente: « Dejadme que vaya también a consultar esto con el padre ermitaño mi vecino. » Así lo hizo. Y declaró al falso penitente sus temores de quedarse a solas con la doncella, pues sabía que el diablo es enemigo sutil, y que podía haber en ello gran afrenta, aunque sólo fuese por el buen parecer y en previsión del común decir de las gentes. A dichas razones el diabólico consejero acudió diciendo: «Piensa, fray Garín, que es Dios quien ha dado esa enfermedad a la hija del Conde; y no sabemos los motivos por los cuales Dios te ha conferido a ti la gracia de sanarla. No debes, pues, mirar en esto lo que las gentes puedan decir, sino socorrer a la enferma sin la menor dilación, a fin de que, con la tardanza, el mal espíritu no fatigue aquel cuerpo ya de si tan delicado; pues si la doncella en tal estado llegase a morir, estarías tú mismo obligado a dar cuenta a Dios de su alma. No difieras, pues, el recibirla; y procede con gran ahínco a orar por su curación, pues sólo la oración es medicina apropiada para combatir al demonio. Y mira, amigo, que acaso Dios te ha enviado esa doncella, más que para su salud, para tu propio provecho y para que más te ejercites en la virtud de la oración, en la práctica de la cual adolecías de gran tibieza. Deja, pues, que los caballeros y las dueñas se vayan, y diles que vuelvan de aquí a pocos días por la hija del Conde» Así lo hizo fray Garín. Fuéronse juntamente dueñas y caballeros, y la doncella se quedó en la celda o cueva del piadoso y santo eremita.

[6] A los pocos días de haber quedado a solas con la hija del Conde, el virtuoso varón Juan Garín comenz6 a sentirse tentado por la gran hermosura de aquella doncella. Y, temeroso de caer en pecado, íbase con frecuencia al ermitaño su vecino y le confesaba sus tentaciones. El hipócrita confidente no dejaba cada vez de consolarle y esforzarle mucho, recomendándole en gran manera que de ningún modo se separara del lado de la doncella, y que perseverara junto a ella en sus oraciones, sin intentar siquiera apartarse de allí, pues de lo contrario daría con su proceder gran escándalo, al dejar abandonada a sí misma a la doncella en su celda y en peligro de ser infamada por algunos que acaso la encontraran.

Oídas por fray Garín estas razones, volvíase a su celda. Hasta que, cierto día, encendiéronse en el con tan vivo ardor las tentaciones de la carne, que, pospuesto el temor de Dios nuestro Señor, el infeliz fray Garín cayó en vil pecado, cometiendo fornicio con la hija del Conde. Mas, apenas hubo realizado en su víctima tan aleve deshonra, cayó en tanta vergüenza, que hubo de acudir, lleno de desolación, a su habitual confidente el ermitaño vecino. Al cual dijo: « ¡Ay, padre mío! Avergonzado llego a ti, a rogarte» que me perdones y hagas oración por mí, que soy gran pecador, porque, vencido de la tentación, he cometido fornicio con la doncella que me encomendaron. Y tendióse con profundo arrepentimiento a sus pies, rogándole insistentemente que le impusiese penitencia y que le aconsejase respecto a lo que en semejante trance debía hacer.

Entonces el fingido ermitaño le habló de esta manera: « ¡Oh fray Garín! La fama de tu santa vida es tanta, que si de ti se supiese ese tan grave pecado, sería causa de gran escándalo y de que infinitos cristianos incurrieran en faltas semejantes y aún mayores, por desfallecimiento de su fe, pues muchos son nuevos en ella, y otros son infieles, que harían burla de los primeros y de su ley, y aun de su Dios, que de tal modo deja caer a sus siervos. Por todos estos motivos soy de parecer que, para evitar que tu tan gran pecado llegue a conocimiento de las gentes sencillas, las cuales podrían a sabiendas caer en faltas todavía mayores, mates a la doncella y secretamente la entierres, porque el pecado que es secreto ya está a medias perdonado» Después de haber oído estas palabras falaces y diabólicas, fray Garín, profundamente turbado ya por su primer pecado, consintió voluntariamente en el segundo, matando a la doncella y enterrándola en su propia cueva.

[7] Cuando fray Garín hubo dado fin a su lúgubre tarea, cayó en mayor desesperación todavía, y hubo de presentarse nuevamente a su vecino el ermitaño, demandando a su piedad, consuelo y confortación en su desgracia. Y en este punto aquel falso eremita descubrió su malvada condición, diciendo a Juan Garín, en tono de burla, lo siguiente: « ¡Ah, fray Garín! Tú eres aquel gran solitario, de tanta virtud y con tal fama de santidad, que te traían los endemoniados para que los sanases. Ciertamente, si bien te conocieran, no te hubieran tenido por santo, sino por malhechor. Tú, que pretendías arrojarme fuera de tu celda, ya ves cómo he sido yo quien te ha echado a ti del cielo. Tú, que sabías resistir a las pequeñas tentaciones que yo ejercía sobre ti y las tenías por gran ofensa, conoces ahora de qué modo te he hecho caer en los más graves pecados. Mal pensaste cuando creíste que no podría obtener victoria de ti. Has de saber, pues, que, desde el punto que te retraiste al desierto, me propuse hacerte pecar. Y para ello me hice vecino tuyo, vistiéndome de ermitaño, y entróse un compañero mío en el cuerpo de Riquilda, para que ocurriese todo lo que ha ocurrido. Reconoce, pues, que has malogrado todos los días de tu penitencia con los grandes pecados que has hecho, y son tales que ya nunca bastaras a dar satisfacción de ellos a Dios. Date, por consiguiente, buena vida en lo sucesivo, y déjate de vivir en el yermo en condición de penitente, pues de nada te ha de aprovechar. Ninguna penitencia podrá alcanzar jamás perdón para ti ni para nosotros; y, cuando dejes este mundo, tú serás también uno de los nuestros» Y, dichas estas cosas, prorrumpió en grandes carcajadas. Y desapareció súbitamente de su presencia, produciendo al mismo tiempo un enorme trueno.

[8] Fray Garín, en cuanto se vio burlado de tal modo por el Diablo, quedo en el mayor abatimiento, dejándose caer al suelo, de donde por gran espacio de tiempo no atinó siquiera a levantarse. Y coincidió con esto que el Conde de Barcelona mandó a preguntar por su hija a la cueva de fray Garín, y, no encontrándose a la doncella en compañía de éste, fuéle preguntado dónde estaba. A lo cual contestó el ermitaño, faltando a la verdad, que se había marchado días antes y que desde entonces no la había visto. Volviéronse los mensajeros, y en seguida conoció fray Garín que había cometido el tercero de los grandes pecados de los cuales tanto había pedido a Dios que le guardara, o sea de decir falsedad.

[9] Recordó entonces fray Garín, en su tremendo desconsuelo, los viajes que periódicamente solía hacer a Roma, y decidió ponerse inmediatamente en camino, por serle ya imposible ahuyentar de su imaginación las cosas que en aquel lugar donde se hallaba le habían acontecido. Más cuando entró en Roma no tañeron las campanas, como solían hacerlo a su llegada, por donde comprendió fray Garín más claramente la gran ofensa que a Dios había hecho.

Fuese entonces fray Garín al palacio del Papa, diciendo que deseaba hablar con dicho Santísimo Padre; y los porteros o cubicularios comunicaron a éste que fuera del palacio estaba un ermitaño, llamado fray Garín, que deseaba hablar con Su Santidad. A lo que el Padre Santo contestó que el tal ermitaño no sería fray Garín, porque cuando este entraba en Roma era notada su llegada por las campanas que tañían por sí mismas, cosa que no ocurría en la presente ocasión. Los porteros manifestaron este reparo al demandante, quien insistió afirmando que él era verdaderamente fray Garín y que suplicaba al Padre Santo que le permitiese hablarle. Accedió finalmente a esto Su Santidad y ordenó que Juan Garín entrara; el cual, humillándose sobre sus rodillas desnudas, con gran llanto y quebranto de su corazón, en un largo coloquio que entre ambos hubo, suplicó al Padre Santo que se dignase oírle en confesión.

[10] Cuando fray Garín hubo confesado puntualmente sus pecados, el Padre Santo le dio su absolución, imponiéndole como penitencia la obligación de volverse a su eremitorio de Montserrat, caminando siempre sobre sus rodillas desnudas y sin jamás levantar sus ojos al cielo; que anduviese así a cuatro pies por tanto tiempo como tardase en oír de una criatura de cuatro meses la orden de parte de Dios para que pusiera de pie por haberle sido perdonados sus pecados. Fray Garín aceptó con gran resignación esta durísima penitencia; y emprendió en la forma prescrita el regreso a su ermita de Montserrat, donde llegó por sus jornadas al cabo de tres años.

[11] Después de haber mandado el Conde de Barcelona, como se dijo, unos mensajeros a Montserrat, para preguntar por su hija, y no haber encontrado aquellos masque a fray Garín, quien les dijo que la doncella se había ido y no había vuelto, el buen Conde ordenó que con gran diligencia fuese buscada Riquilda por todas partes; cosa que no dio el menor resultado, por cuanto no se encontr6 de Riquilda el más pequeño rastro, ni tampoco del ermitaño Juan Garín, que había desaparecido a la par que el otro ermitaño su vecino. En vista de todo lo cual, los mensajeros del Conde, llenos de desolación, hubieron de regresar a Barcelona.


[12] Sucedió, después de mucho tiempo, cuando ya casi tenia olvidada a su hija, que el Conde Wifredo tuvo el deseo de ir a cazar en un gran bosque situado en la falda de Montserrat, hacia la parte del rio Llobregat, por ser lugar muy frecuentado por toda clase de animales salvajes que descendían a abrevarse en la corriente. Y recorriendo las fragosidades del monte, los perros husmearon rastro de caza; y, siguiéndolo, toparon con una bestia salvaje, de lo que dieron aviso con sus ladridos a los cazadores. Llegados estos y entre ellos el Conde, sorprendiéronse mucho al ver aquel animal, como no hubiesen visto jamás otro a él semejante, pues tenía todas las formas de hombre, salvo la manera de andar, y no levantaba para nada la cabeza de la tierra, siendo de todo su cuerpo tan extremadamente velludo que semejaba un oso; y era esto consecuencia de la muy áspera vida que Juan Garín había hecho después de su vuelta de Roma, sin comer masque hierbas y beber sólo agua. Y dijo el Conde a los suyos: « Poned a buen recaudo esta bestia, y haced de modo que llegue viva a Barcelona, pues deseo que todos puedan verla. »Y en efecto, llegados a la ciudad, ordenó el Conde que la tal bestia salvaje fuese expuesta en el zaguán de su palacio, debajo de la escalera, a la vista de cuantos entraban y salían.


[13] Mientras fray Garín continuaba en esas condiciones su penitencia en casa del Conde, acaeció que tres pastores, que estaban en las laderas de la montaña de Montserrat guardando ganado, vieron, cierto sábado por la noche, unos grandes rayos de fuego, a manera de centellas, que descendían del cielo y daban junto a una cueva, al pie de una gran peña, y oyeron que de allí surgían grandes cantos y sones de ministriles. Espantáronse mucho los pastores de todo eso; y cuando el siguiente sábado vieron y oyeron lo mismo, subió de punto su admiración. Y no dejaron ya de hacer conversación entre ellos de tal maravilla; hasta que, el tercer sábado, habiendo vuelto a ver y oír lo que ya otras dos veces habían visto ·y oído, determinaron bajar a poblado para contárselo a sus amos, instando a éstos para que el próximo sábado venidero fuesen a ver los ganados, por si acaso se repetían los rayos de fuego y los dulces cantos de que ellos por tres veces habían sido testigos.

Fueron, en efecto, los amos del ganado, el siguiente sábado, al sitio designado por los pastores, y, juntamente con estos, pudieron presenciar los rayos que descendían del cielo, tan resplandecientes, que alumbraban todo aquel valle como si fuera de día, y pudieron oír los dulces cantares que repercutían por toda la montaña. Retirándose los dichos amos, con propósito de volver el sábado siguiente. Y así, hasta tres veces, en sábados sucesivos, pudieron presenciar tan extraordinaria maravilla. Visto lo cual, y no sabiendo cómo habían de proceder en este hecho, fueron a dar cuenta de todo ello al cura de un lugar cercano llamado Olesa.

Era ese sacerdote persona de muy buena fama y muy celoso en el servicio de Dios; y cuando los amos de los pastores le hablaron, les dijo: «Yo no sé, ciertamente, que deciros de todo esto, pues es cosa tan nueva y, según me contáis, milagrosa, que solo puedo rogaros que el sábado que viene me llevéis allí, por si me es dable contemplar también tal maravilla.» Con esto se fueron todos allá aquel sábado, y, no contento con esto el cura, quiso volver otros dos sábados. Y así pudo certificarse por tres veces de aquel tan extraordinario acontecimiento, por lo que decidió ir a la próxima ciudad de Manresa, sólo distante tres leguas de Montserrat hacia la parte de los Pirineos, que están al Norte, al objeto de ponerlo en conocimiento del Obispo de Vich, quien a la sazón se encontraba en dicha ciudad de Manresa efectuando su pastoral visita.

El Obispo, que tenía al dicho cura de Olesa en gran reputación y por sacerdote de mucha piedad, dio crédito a cuanto le contó, y le rogó que le llevase consigo el sábado siguiente, pues deseaba mucho ver aquellas cosas de que le había hecho mérito. Y así se fueron para Montserrat; y el sábado, después de anochecido, pudo también el Obispo ver los rayos y grandes resplandores que iluminaban todo el monte, y oír la dulce armonía y los cánticos, deteniéndose allí toda la noche, lleno de admiración. Y al día siguiente, domingo, mandó que unos hombres treparan por aquellas .peñas hasta el sitio donde se había visto que afluían con mayor intensidad los rayos de luz. Y cuando los hombres alcanzaron aquel lugar, que era una como cueva, al pie de una gran peña, vieron una imagen de Nuestra Señora la Santa Virgen María, que tenía al Nino Jesús en los brazos, dentro de la cueva llena toda ella de candelas encendidas.

Dada cuenta del portentoso hallazgo al Obispo, este y el cura, con los canónigos que acompañaban al primero, subieron a la cueva y adoraron la Santa Imagen. Después, habiendo dejado allí parte de la gente que llevaba, fuese el Obispo para la ciudad de Manresa, de donde volvió en breve, mandando a los de dicha ciudad que le acompañasen con cruz alzada. Y así, en procesión, con todos los canónigos y demás eclesiásticos, fueron a Montserrat a recoger la imagen que tan milagrosamente había sido revelada, con objeto de llevarla a la ciudad donde podría ser venerada por los fieles cristianos.


[14] Llegada aquella piadosa comitiva a la cueva, hicieron todos oración muy devotamente a la Sagrada Imagen, la cual fue subida y llevada, siguiendo una cornisa de peñas muy elevadas, en la dirección de Manresa. Y cuando la procesión se hallaba en una solana a propósito para ello, se dispuso hacer un breve descanso, antes de proseguir el camino.

Después de reposados, volvieron los portantes de la imagen a tomarla, más de ninguna manera, a pesar de los mayores esfuerzos, les fue posible moverla de aquel sitio donde entonces se encontraba. De lo· cual maravillado el Obispo y todos los que con el venían, dieron gracias a Dios de aquel nuevo y portentoso milagro que les era permitido presenciar. Y el Obispo dispuso entonces que fuese edificada allí mismo una capilla, en la cual aquella santa imagen de Nuestra Señora fuese visitada. Y el cura de Olesa, como gran devoto que era de la santa Virgen, y considerando las .muchas maravillas que de aquella prodigiosa imagen había presenciado, se dispuso a· consagrarse por toda su vida al servicio de la nueva capilla de la Virgen de Montserrat.


[15] Después de acaecidos los hechos explicados, en unas fiestas de Navidad, el Conde de Barcelona invitó a su mesa a los consejeros de la ciudad y a otras personas notables, tanto para regocijarse con ellos como para festejar el nacimiento de un hijo varón que la esposa del Conde había dado a luz no hacía muchos meses. Y mientras todos los invitados estaban comiendo, rogaron algunos al Conde que hiciera subir aquel animal cazado por él en las montañas, y que le diesen de comer y beber en presencia de todos, pues les agradaría verlo. A lo cual accedió el Conde, y mandó que fuese subido el animal, con su cuerda atada al cuello; y era tan selvático su aspecto, que ninguno de los invitados supo conocer qué clase de animal era; y le echaron algunos pedazos de pan, los cuales se comía como si fuese un perro.

En esto la Condesa tuvo el deseo de mostrar a los invitados la criatura ·que había tenido hacia unos tres meses, y con este objeto la nodriza se presentó con el niño ante el Conde y la Condesa, y los invitados. Y entonces, en presencia de todos ellos, habló dicho infante de forma que cada uno pudo oír claramente las siguientes palabras: «Levántate, fray Garín, que Dios te ha perdonado» Púsose en pie fray Garín y alzó al cielo las manos, dando gracias a Dios por la merced que le había otorgado. Y todos los allí presentes quedaron muy maravillados de lo que acababan de presenciar.

Fray Garín dirigióse entonces al Conde, y le denunció corno, por inducción del diablo, había dado muerte a Riquilda y la había enterrado; y que el Conde hiciese de él lo que más le pluguiese. A lo cual contestó que, puesto que Nuestro Señor Dios ya le había perdonado, también le perdonaba el por su parte. En seguida ordenó el Conde que el citado fray Garín fuese rasurado y vestido, y le retuvo en su corte muy honorablemente; hasta que un día le manifestó su deseo de visitar el lugar donde estaba enterrada su hija, con el fin de hacer transportar su cuerpo a Barcelona, a la vez que visitaría en Montserrat la recién edificada capilla de la Virgen, en la cual ya por entonces habían tenido lugar muchos milagros. Fray Garín contestó que también le placía, y se mostró dispuesto a acompañar al Conde.


[16] Pusiéronse, pues, en camino el Conde y fray Garín, con numeroso séquito, y, en cuanto hubieron llegado a la mencionada capilla, hicieron en ella todos muy devota oración, especialmente fray Garín, que vertió lagrimas abundantes de grandísima gratitud a la Virgen y a Dios Todopoderoso. Y quiso el Conde que Garín le mostrase el lugar donde estaba enterrada su hija. Y resultó ser un sitio próximo a la referida capilla, que ya en aquellas fechas era conocido por las gentes con el nombre de Cueva de Garín. Mandó el Conde excavar en el lugar citado, y allí fue encontrada la doncella, viva y en toda su hermosura, y sin otra señal de su muerte que una línea fina como de seda, de color de grana, en el sitio, alrededor del cuello, por donde había pasado la cuchilla de fray Garín al degollarla.

Inenarrable fue la alegría del Conde al recobrar de modo tan milagroso a su querida hija, y gracias muy rendidas fueron dadas a Dios, por todos los congregados, ante tan extraordinario favor de su divina misericordia. Y al interrogar el Conde a su hija sobre el hecho inexplicable de que hubiese podido permanecer tan largo tiempo enterrada viva, la doncella contesto: « Yo, señor y padre mío, antes de que fuese degollada, era muy devota de la Virgen María, y es debido a su intercesión que he sido resucitada; por lo cual hago promesa de dedicar a su servicio todos los días de mi vida».

[17] El Conde Wifredo fundo, en agradecimiento a la Virgen por tan gran milagro, el Monasterio de Nuestra Señora de Montserrat, al servicio del cual quedó el virtuoso fray Juan Garín. En dicho Monasterio tomó el hábito monacal Riquilda, juntamente con otras doncellas; y allí, como Abadesa, vivió muy religiosa y santamente, hasta que, al cabo de largos años, rindió su alma a Dios nuestro Señor: que, per infinita saecula saeculorum, loado y bendecido sea. Amen.

[1] Miquel i Planas, R. (1940)  La leyenda de Fr. Juan Garín ermitaño de Montserrat, Barcelona, 1940, p.70

[2] Miquel i Planas, R. (1940) La leyenda de Fr. Juan Garín ermitaño de Montserrat, Barcelona pp 47-48

[3] S’ha conservat el redactat inicial en castellà atés que és així com figura en l’obra de Ramon Miquel i Planas